"Sind Sie sicher, dass dieses Gebäude da das Krankenhaus ist?" es lo único que podía preguntarle al taxista al llegar al hospital. Y no es para menos, si no mirad en
la wikipedia. Sí, yo me quedé con la misma cara.
Tras encontrar la sección de otorrino (HNO en alemán, literalmente GNO, Garganta-Nariz-Oreja), me hicieron rápidamente las pruebas, empezaron a quejarse de cómo que no había ido inmediatamente, les tuve que contar dónde y cuándo ocurrió, etc, e inmediatamente me pasaron a una pequeña habitación en donde me dijeron que me operaban al día siguiente. Rápidamente me explicaron los posibles riesgos (principalmente parálisis de una mitad de la cara, por suerte una incidencia poco probable), así como que la operación no conllevaba ninguna seguridad de recuperación. ¡Guay!, pensé.
Así que nada, me llevaron a una de las camas de hospital para ingresarme, y allí lo flipé con la habilidad manual de los médicos alemanes. La cosa era poner una guía. Lo que no entiendo es porque no lo hacían algún enfermero, para qué tenía que hacerlo el médico. Tras seis intentos pinchándome, no acertó ni una vez con mis venas, y mira que le dije dónde estaba la marca de la guía que me pusieron en España. Pero ni caso. Al final me la pusieron en la muñeca. Y si te ocurre el día antes de que te vayan a operar, da muy mal rollo.
Mientras tanto aquella tarde fue una completa pesadilla. Llamadas de móvil avisando a la familia, que si nervios, que si no hay que preocuparse que aquí te ingresan en el hospital por cualquier tontería (es cierto, me ingresaron una vez por una gripe), etc.
Y todo para nada. Al día siguiente el audiograma mejoró, y la operación se retrasó un día. El siguiente, también mejoró, y se retrasó. Al otro, no mejoró, tuvieron una conversación sobre que habría que operar esa misma tarde, delante mía, y que mejor lo decidían el lunes, día en que el oído volvió a mejorar, y por lo tanto finalmente no operaron. Ese día me explicaron que considerase ponerme aparato en el oído izquierdo una vez que se estabilizase. Y más días, y más, y más, hasta pasar diez días ingresado.
Lo de los diez días tiene una explicación: no era recomendable alargar el tratamiento con cortisona más tiempo. Para colmo, me ponían la cortisona a las cinco de la mañana. Era lo único que tenían que hacer conmigo, poner cortisona. El problema es que por el horario en el que lo hacían era imposible considerar la opción de irme a casa y visitar una vez al día el hospital para mi dosis de cortisona. Pero claro, me había llevado poca ropa, lo suficiente para aguantar tres o cuatro días. Por suerte un compañero postdoc, mi única visita durante esos días, me trajo algo más de ropa de mi propia casa y algunos libros. Menos mal.
En fin, diez días en los que me debatí entre
la vida y la muerte el estéreo y el mono, y en el que el resultado final fue un oído hi-fi y otro low-fi.
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