A estás alturas todos conoceréis la interesante historia de Air Berlin vs ERC: (i) el gobierno balear les pide a las compañías aereas que usen el catalán en sus vuelos, (ii) Air Berlin responde que tururú-pun-pun (
1,
2,
3), (iii) el nacionalismo catalán se moviliza (
1,
2), (iv) Air Berlin dice que quizás (
1,
2). (vamos, que probablemente se limitarán a poner una cinta grabada cuando aterrizen). Y para colmo la huelga de transportistas. ¡Qué suerte tengo de no vivir en España!
Todo esto ocurría mientras me hacía de una vez por todas la tarjeta de millas de Air Berlin (si me la hubiera hecho antes con la de vuelos que he hecho con ellos ya me habría llevado alguno gratis), y me compraba mis billetes para el verano. La verdad es que me partía de la risa con la historia del catalanismo y lo del boicot, mientras le daba al botón de comprar. Como hablante de la imperialista y maligna lengua española, siempre me ha importado un pepino que en los vuelos de Air Berlin o Lufthansa o cualquier otra compañía salvo Iberia no hablasen español. De hecho a veces tampoco hablan demasiado bien inglés. Como todo hijo de vecino, mantengo una relación excesivamente emotiva con mi lengua materna. Es inevitable, al igual que todo lo que pasa en la infancia, está grabada a fuego en mi
neocórtex suprarrenal, como "Ash nazg durbatulûk" en el anillo único. Sin embargo trato de evitar que este cariño se transforme en irracionalidad desenfrenada. Las lenguas son objetiva y principalmente instrumentos de comunicación (y aparte también tienen otras propiedades de tipo más subjetivo).
Por tanto intento que mi relación con las distintas lenguas del mundo se base en un pragmático utilitarismo (que indirectamente me lleva a apoyar ciertas formas de anglocentrismo, o al movimiento esperantista (si bien este último suele estar demasiado teñido de muchas confusas ideas relativista), pero que también me lleva a rechazar el ideal multilingüista de la Unión Europea, por ejemplo (¿cómo van a hablar los europeos tres lenguas si para empezar tanta gente aún no habla inglés?)).
Si el asunto lingüístico me importase demasiado, y la defensa a ultranza del español fuese uno de los objetivos de mi vida, por ejemplo, cuando viajo de Alemania a España tendría que comprar billetes de Iberia, con lo que en vez de tener un cómodo vuelo directo a Málaga tendría que cambiar en Madrid, aparte de que de media me saldrían más caros que con Air Berlin. Pero como no es el caso simplemente considero las distintas posibilidades que tengo para viajar (Air Berlin y Lufthansa principalmente; Ryanair queda descartada porque llegar a esos aeropuertos tan raros suele tener para mí bastantes costes económicos adicionales), y compro el más barato. Y la verdad es que estoy muy contento de que unas cuantas compañías alemanas se hayan dedicado a llenar ese tremendo vacío en el espacio aéreo español que de ser por Iberia tendríamos que rellenar a base de trasbordos.
Pero por si mi falta de orgullo lingüístico fuese poco, me encanta la idea del libre mercado y de que los gobiernos no se metan con las decisiones que cualquier individuo o empresa hagan libremente en función de lo que le parezca conveniente, así que aplaudí completamente la editorial de Air Berlin en su boletín interno, a pesar de su falta de tacto (aunque dijeron alguna que otra verdad de las que duele, especialmente la comparación con los estados medievales).
De hecho soy de los que piensan que no es razonable darle derechos a las lenguas, a las creencias y religiones o a los grupos, y mucho menos poner esos derechos por encima de las personas. Los que deben tener derechos son los hablantes de cualquier lengua, pero no las lenguas en sí mismas. Pero de esto hablaremos en un próximo y malvado post. Sin embargo, si me hubieran pedido una solución al conflicto dentro del paradigma kuhniano del nacionalismo, el multilingüismo, etc, hubiera sido bastante claro: ¡El alemán cooficial en Baleares ya! (al fin y al cabo responde a una "realidad lingüística").
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