Un viaje es algo más que coger un par de aviones y trenes y pasar un tiempo fuera de casa. Un viaje también se hace con el alma. Es más importante lo que uno cree vivir que lo que uno vive de verdad, y para las personas que se me parecen el mundo exterior es tan sólo la inspiración para la auténtica vida que ocurre en el interior de uno. Aunque si mi corazón no fuera un zoológico, las cosas me irían bastante mejor.
Así que nada, tenía que ir de Granada a Trento a causa de uno de esos concilios que hacen los hombres de ciencia, y que acostumbran a llamar "workshops". Uno de los muchos que se organizan en el
ECT. Aunque en realidad mi viaje comenzó en Marbella, porque antes de partir pasé un día en casa de mi familia. Así que tras un largo sábado de hacer maletas, algunos programas en el ordenador, y despedirme de la gente, me levanté a las cuatro y pico de la mañana para desayunar, ducharme, despedirme de mi madre y mi abuela (que no consideraban posible simplemente despedirse la noche anterior, pero este es el encanto de la familia mediterránea) y coger el taxi que me llevaría al aeropuerto de Málaga. Creo que llegados a este punto sería mejor estructurar la historia por fechas.
Domingo, 19 de Junio
Bien, a las cinco de la mañana puntual llega mi taxi. Me despido de mi familia, y me subo al taxi. Esta parte ya hacía adivinar que el viaje no iba a ser normal. El taxista venía desde San Roque en donde había dejado a unos guiris un poco borrachos, y me empezó a decir que estaba nervioso porque no sabía si llegaría a Marbella a la hora convenida, pero que al final consiguió hacer el San Roque - Marbella en cuarenta minutos. Bueno, se puede llegar a hacer más rápido, aunque impresiona. Luego me comentó que se había tomado dos red bulls, y más tarde me contó toda su vida (muy resumida, llegamos en treinta minutos al aeropuerto). La verdad es que un tipo muy simpático, y todo un personaje de estos que uno piensa que sólo sale en las pelis. Mientras, aunque no me dí cuenta, llegaban mensajes a mi móvil preguntandome si me había montado en el taxi (sospechoso).
Así que me desmonto, cogo mis bártulos y me pongo a mirar en las pantallas de la entrada en dónde tengo que facturar, y me voy allá. En cuanto me pongo en facturación, me llega un segundo mensaje al móvil preguntandome que por dónde voy. Respondo al mensaje diciendo que ya estoy en el aeropuerto, esperando a facturar. Y entonces me llama el mismo amigo de los mensajes (eran tan sólo las cinco y media de la mañana) y me empieza a preguntar que qué tal, cómo ha ido por ahora, etc, y que cuelgue el móvil que ya estamos en frente. ¡Dios! ¡Qué se me caen las gafas! ¡Y no va sólo, va con otro de mis mejores amigos! Se supone que estaban en Sevilla... pero no, están aquí, en el mismo aeropuerto de Málaga para despedirme, y aún no me lo creo. Los dos cabrones se lo tenían bien calladito. Salieron a las tres de la mañana de Sevilla para poder despedirme a tiempo. Y a mí se me saltaban las lagrimas de la alegría y no podía parar de reír y dar saltitos. Y me puse a darles abrazos, y a dar más saltitos. Creo que hasta los hubiera violado, pero me contuve. Y por un día deje de odiar el mundo, puse una sonrisa beatuca, y afronté mi viaje con un enorme amor por el mundo y por la humanidad. Ni siquiera me estropearon mi alegría los miembros perfectamente castrables y merecedores de la extinción del foro de la familia, ni la bajeza de los cuartos de baño de las estaciones de tren italianas en donde hay que pagar setenta centimos para pasar al baño. Esto no ocurre todos los días, y creo que aún los ecos de este acontecimiento resuenan en mi cabeza. En resumen, ¡viva el amor y la amistad! ¡vivan la esperanza y las cosas bonitas! El mundo me ama, y eso es lo que importa. El bien siempre vencerá.
En resumen, que tras algo menos de una hora con mis amigos, pasé al fin a la zona internacional tras darles un gran abrazo, y me fui a embarcar en el avión que me llevaría a Barcelona. Me senté al lado de una ventanilla, que daba al este, y empezaron a repartir los periódicos. Entonces vi lo de la manifestación. No cogí ningún periódico, pero el tipo de al lado cogió el Mundo. Creo que por un momento estuvo tentado de coger el ABC pero se retractó. Debe ser de estos que son de derechillas, pero no se atreven a declararlo abiertamente porque les gusta darselas de modernos. El asunto es que normalmente hubiera pasado de hacer tales juicios de valor sobre gente a la que no conozco, pero la portada del Mundo me puso de mala leche (el día anterior no había visto las noticias), y nunca se sabe en donde se esconden estos capullos del foro de la familia porque por lo visto son bastantes. En serio, no lo podía comprender. Por suerte me olvidé de todo en cuanto el avión despegó y mientras subía pude ver un bello amanecer inducido por la ganancia de altura del despegue. Fue tan bonito. Y al final para qué preocuparse, la ley de matrimonio para todos al final se ha aprobado, para desesperación de diversas organizaciones atávicas como el foro de la familia, la iglesia y ahora el PP, que ha decidido por alguna extraña razón que le conviene alinearse con esas faccioncillas (que poco queda del moderado partido de centro que en el 96 llegó al poder) e identificarse con ideas tan dudosas como la religión, la homofobia, la tradición y quién sabe que más perversiones del pensamiento.
Y nada, una hora después ya estaba en Barcelona, en donde desayuné de nuevo, y esperé un rato para mi segundo vuelo que me conduciría a Milán. Lo tomé sin incidentes, ¡y a por las maletas! Mientras esperaba las maletas miré en qué salida se podía tomar el autobús que llevaba a la Estación Central, y tras recogerlas me fui allá. Tome el autobús, y me quedé un tanto sorprendido del día nublado y de la cantidad de vegetación que encontré en el camino. También me sorprendió lo sucio que estaba Milán. La otra vez que fui la recordaba como una ciudad limpia y agradable. Pero el verano tiene esas cosas. Luego me bajé del autobús, y la primera pregunta que me hice fue: ¿en dónde estoy, en Milán o en Sevilla? ¡Qué calor! La respuesta es en Milán: estoy escribiendo esta historia en Sevilla, y os aseguro que no hace tanto calor como allá en aquellos días. O tal vez fuese por la exagerada humedad. Tras esto volví a cargar con mis bartulos, y me metí en la cochambrosa pero enorme estación de trenes a ver donde podía comprarme el billete. Lo compré, y fuí a información, en donde me dijeron a qué hora y con qué cambios podía tomar el próximo tren a Trento. A diferencia de en España, en el resto de Europa, la norma es que uno compra un billete de tren y su validez es de dos meses. Luego uno va y toma cualquier tren que vaya al destino elegido durante el periodo de validez del billete. Lo que en España llamamos billete normal, allí lo llaman billete con reserva. Luego me cobraron 70 centimos para poder entrar en el baño. Bueno, en resumen, que mi tren era el que salía a las dos de la tarde a Venecia. Paraba en Verona, y allí tendría que cambiar a Trento. Así que me monté en el enorme tren, busqué un asiento libre tras recorrer tres vagones (los trenes italianos suelen ir muy llenos), y me cagué en tó lo que se mueve de lo pesada que era mi maletón. El tren era una porquería, los de renfe están en general mucho mejor. Pero tengamos en cuenta que en Italia to quisqui va en tren a todas partes, así que muy buenos no pueden ser. Nada que ver con el encantador tren que un año antes me llevó de Ginebra a Grenoble. Así que me metí en una cabinita con un americano y tres italianos, y muerto de sed y cansanció una hora y media más tarde llegué a Verona. Bajé a toda prisa, ví que unos alemanes estaban delante mía, y desengrasé un poco de mi olvidado alemán para preguntarles si sabían que tren iba a Trento. Un desastre, no lo sabían, y tenía mi alemán más olvidado de lo que suponía. Así que les pregunté a los nativos si el tren que había en frente iba a Trento con un simple "a Trento?". Me dijeron que sí y me subí. Una hora más tarde llegué a la estación de Trento, y me encantó ver que no había ascensores para salir, sino unas enormes e interminables escaleras que tuve que bajar y subir para salir de la estación. Con mi maletón eso me dejó matao. Saqué las indicaciones sobre dónde estaba mi hotel y las seguí. Unos minutos más tarde (ya eran las cinco de la tarde, doce horas después de salir de casa) me registré en el hotel y subí a mi habitación. El bochorno debido a la humedad y a la ola de calor que afectaba al norte de Italia eran insoportables, y la ducha y la siesta que me di fueron todo un alivio para mis cansados pies viajeros.
Luego a las ocho de la tarde me desperté y me dirigí al lugar acordado para la cena de bienvenida, que no estuvo nada mal. Allí tuve la casualidad de sentarme al lado
de nuestro colaborador del prisionero brasileño que me traje luego de vuelta a Granada para demostrar mi poder y mi crueldad ante mi oscuro maestro esclavizando a una persona inocente, y para que mis compañeros papeleros me tomaran en serio como futuro gobernador supremo y despótico del mundo. Al fin y al cabo, teniendo en cuenta como comenzó el día, no podía ir por Trento matando a la gente a mansalva, como exigía el código ético de los supervillanos. Sí, es cierto, me ablandé, pero la magnanimidad es algo que caracterizará al futuro "Tirano Efectivo, el Magnánimo". Pero dejemonos de tanta basura friki sobre ser supervillanos, que no está la historia para estas cosas.
El asunto, que comí mucha pizza, bebí mucha cerveza, y pude ponerle rostro a mucha gente que conocía de muchos artículos, lo cual estuvo bastante bien, aparte de tener una acalorada discusión sobre teoría mesónica tradicional contra teoría efectiva. Vamos, que luego me caí en redondo en la cama y dormí aquella noche como un bebé.
Nos vemos con lo que pasó el lunes 20 de junio y siguientes. Un saludo, papeleros.
¶