Hay varios libros publicados en las librerías españolas, escritos por Wendy Northcutt , que tratan sobre los premios Darwin. De hecho, el primero de la serie se llama así "Los premios Darwin" y tiene otro que se llama "Más premios Darwin".
Los libros hablan de algo muy curioso: los "premios Darwin", instituidos en 1995 y que cada año entre varios nominados escogen a un ganador a título póstumo. Se dan los premios a aquellos que le “han hecho un favor a la evolución humana” al matarse de la forma más estúpida posible. Desde luego es muy discutible el "sentido del humor" de los que dan los premios, pero en fin así con las cosas y son muy famosos. Al concurso concurren muchas leyendas urbanas que tarde o temprano se eliminan de entre los nominados tras ser investigadas y ver que no son reales, como por ejemplo ésta que aparece mucho en Internet pero que luego se investigó y resulta que es una vieja leyenda urbana que ya se publicó en un periódico en 1944 con otro protagonista:
"En Francia, Jacques LeFevrier quiso asegurarse de su muerte cuando intentó el suicido. Fue a la cima de un acantilado y se ató un nudo alrededor del cuello con una soga. Amarró la otra extremidad de la soga a una roca grande. Bebió veneno y se prendió fuego en la ropa. Hasta trató de pegarse un tiro en el último momento. Saltó al precipicio y se disparó al mismo tiempo. La bala no lo tocó pero al pasar cortó la soga sobre él. Libre de la amenaza de ahorcarse, cayó al mar. El repentino zambullido en el agua extinguió las llamas y le hizo vomitar el veneno. Un pescador caritativo lo sacó del agua y lo llevó a un hospital, donde murió de hipotermia."
Pero al final siempre se encuentra una historia verdadera a la que se le termina de dar el premio y la realidad supera a la leyenda:
Humor negro no le faltan a estos premios, como les comentaba más arriba. Éste es el ganador del año 2003 por un hecho sucedido a finales de enero de dicho año en Brasil y que ya ha sido confirmado por la organización como un hecho real:
Manoel Messias Batista Coelho trabajaba limpiando los tanques de los camiones de transporte de gasolina. Llevaba dos meses en ese puesto.
Un buen día, cuando tenía 35 años, comenzó a llenar uno de los tanques de agua, una forma de proceder estándar en cuanto a seguridad que sirve para eliminar los gases inflamables de dentro de los depósitos. Al cabo de una hora volvió para comprobar si el nivel del agua había alcanzado la altura correcta para seguir adelante con el proceso, sin peligro, pero tenía problemas para determinar dicho nivel porque el depósito estaba muy oscuro.
Olvidó la razón por la estaba llenando el tanque de agua y encendió un mechero para iluminar el depósito. Desgraciadamente para él el agua no había llegado a una altura segura. La inevitable explosión de los gases lo lanzó por los aires terminando en el parking de la empresa, a 100 metros de distancia.
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